Thursday, October 11, 2007

¿Es uno responsable de ser quién es?

MARTA I. MORENO PIZARRO

Universidad de Valencia

MartaIMoreno@ono.com

Resumen

Mi objetivo en este artículo es demostrar que la objeción del regreso

al infinito planteada al compatibilismo no puede ser consistente

con la inteligibilidad de la vida humana como proceso constitutivamente

histórico. En concreto, el doble papel del juego de juzgar moralmente

y la naturaleza curricular de las faltas morales demuestran,

no la falsedad del determinismo, pero sí que aceptarlo acarrearía la

pérdida de la visión formativa de la vida humana (Bildung), articulada

en torno al modelo narrativo de la identidad personal. Es una

cuestión de inteligibilidad: aceptar la objeción al compatibilismo

supone dejar de entender la vida humana.

Abstract

My aim in this paper is to show that the infinite regress oposed to

compatibilism cannot be coherent with the inteligibility of human life

as a constitutively historical process. In particular, the double rol of

the morally-judging language game and the curricular nature of

blameworthy acts show not that the determinism is false, but that in

admitting it, we fail to maintain the formative conception of human

life (Bildung), which is built up with the narrative model of personal

identity. It is a matter of inteligibility: to agree the objection to

compatibilism means to not understand human life.

1. Situación: el telar del problema de la libertad de la voluntad

Se acabaron los héroes y asesinos que iban por la vida solos con su gloria

o con su culpa. Desde que el genoma humano se ha revelado miro a

las personas y no veo en ellas sino un saco de hélices cuyos gestos amables

o airados responden a una necesidad genética de la que no son responsables.

Mejor será que aceptemos cuanto antes que también el amor

y el odio sólo son tempestades bioquímicas que se desarrollan dentro de

ese saco de hélices como inexorables meteoros sin destino. ¿Por qué tendré

que dar cuenta yo de mis actos en el Juicio Final y no la mosca del

vinagre ? [...] Desde el manifiesto del genoma la irresponsabilidad de

las hélices hará que todo esté permitido [...]. (MANUEL VICENT, 2002)» El

vacío» en El País del 2 de Julio del 2000.

Entre las teorías que tratan de dirimir la cuestión de la posibilidad de

la libertad de la voluntad, el compatibilismo destaca por su afán de conciliar

la noción de libertad con una visión del ser humano cada vez más

compleja y cientifizada, que va introduciendo nuevas supuestas fuentes

de determinación de nuestra conducta y nuestros actos. Podría pensarse

que a medida que las ciencias que se ocupan del ser humano en tanto

que ser natural y social van avanzando, el supuesto de la libertad

humana va perdiendo firmeza, a la vez que cobra fuerza el peso de la influencia

de la determinación genética, neuronal, ambiental... El compatibilismo

ofrece un modelo cuya tesis principal es que libertad y determinismo

no son nociones incompatibles, y que los seres humanos somos

libres aun estando determinados por múltiples factores. La acción libre,

según este esquema, no es aquella incausada, es decir, no es aquella para

la que no podemos distinguir las causas en la psicología del agente

(creencias y deseos), sino más bien aquella cuyas causas son precisamente

las creencias y deseos del agente: las que se realizan en ausencia

de coacción, sea ésta interna o externa. Como resultado, o más bien

como condición de esto, es necesario que el compatibilismo identifique

al agente con sus estado psicológicos, de modo pues que si una determinada

configuración psicológica da como resultado una acción, es el

agente mismo la causa de dicha acción. No es mi propósito analizar aquí

esta posibilidad, sino más bien revisar la principal objeción que se le plantea

a esta teoría y evaluar las conclusiones que de ella se derivan a la luz

de la inteligibilidad misma de las nociones de vida humana y de persona.

La objeción a la que me refiero consiste en un argumento que tiene

la forma de regreso al infinito, y fue ya anticipada por uno de los grandes

compatibilistas clásicos:

Para volver a nuestra investigación acerca de la libertad, creo que la verdadera

cuestión no es si la voluntad es libre, sino si el hombre es libre. [...]

Porque preguntar si un hombre está libre en su volición respecto al movimiento

o al reposo [...], es tanto como preguntar si un hombre puede

tener volición respecto a lo que tiene volición, o si puede placerle aquello

que le place; una pregunta que, creo, no merece respuesta, y quienes ha-

gan cuestión de ella tendrán que suponer que una voluntad determine los

actos de otra voluntad, y que otra determine los de ésta, y así hasta el infinito.

(LOCKE, Ensayo...: libro II, cap. XXI, par. 21-25)

Así, Locke dejó sentadas las bases del compatibilismo así como el principal

problema que debía encarar y que él mismo relegó a un injusto cajón

de los sinsentidos: el compatibilismo, al intentar dar una base al concepto

de autodeterminación, incurre en un regreso al infinito que deja en

suspenso la cuestión de si somos libres no sólo de hacer lo que queremos,

sino también de querer hacer lo que queremos (algo imprescindible,

siguiendo a Frankfurt, para entender el concepto de persona). El

compatibilismo debe admitir que «el agente no es el origen último de

su acción, ya que los estados psicológicos con los cuales es identificado

tienen a su vez una historia causal que se remonta indefinidamente en

el pasado, por lo que en el fondo no depende del agente tener o no tener

esos estados.» (Moya, 1997: p. 119)

Ahora bien, la objeción del regreso al infinito ¿qué tiene de malo? En

mi opinión podemos encontrar dos frentes en los que la objeción reta seriamente

la idea de sujeto libre del compatibilismo. En primer lugar, no

se sabe dónde está el comienzo de la acción autodeterminada (y eso arroja

sospechas sobre si existe siquiera la acción autodeterminada). Y en

segundo lugar, establece que hasta el momento toda acción ha sido causada,

que el agente no ha ejercido en realidad su voluntad, sino que su

actuación ha sido el resultado –necesario– de una determinada configuración

psicológica (entiéndase en sentido lato: creencias, deseos, carácter,

opciones ofrecidas por la realidad, etc. ) de la que el agente no es

responsable: es decir, plantea la imposibilidad por parte del compatibilismo

de demostrar la falsedad de la tesis del determinismo. Para la primera

vertiente diremos que «autodeterminación» puede entenderse como

un concepto de la familia de los de origen oscuro: vida, conciencia,

lenguaje, dominio de una técnica... Los criterios para decir dónde comienzan

a aplicarse son convencionales y además no es posible ni pertinente

establecer una división firme entre un estado en el que no hay

y otro en el que hay. Nos conformaremos de momento con dar esta

respuesta a esta primera «maldad» de la objeción. El segundo flanco donde

la objeción ataca será la idea que trataremos de desmontar llevando

la cuestión al terreno de la inteligibilidad de las faltas y los juicios morales,

siempre teniendo como referencia y asumiendo como válido el modelo

hermenéutico de la identidad personal.

2. Instrumental: el entramado de la vida humana

Es muy evidente, en un sentido muy intuitivo, que disponemos de una

autocomprensión en términos de seres biográficos. Una vida humana

es una vida que se puede narrar, una vida que tiene un argumento o una

trama existencial. Quizá sea éste uno de los pocos universales culturales

que se puedan señalar: en todas las culturas los seres humanos se

conciben a sí mismos como sujetos de una trama argumental, por lo que

la identidad de los seres humanos goza de una peculiaridad que la diferencia

del tipo de identidad de las cosas. Mientras que la identidad de las

cosas podríamos decir que es sustancial, cerrada, la identidad biográfica

o narrativa es una identidad abierta, no objetiva en el sentido de

que no es la de un objeto, sino que es una identidad hermenéutica, una

identidad susceptible de interpretación y de reinterpretación. Cierto es

que es evidente que no podemos cambiar las cosas que nos han acaecido,

pero con cierta facilidad podemos siempre volver al pasado para extraer

nuevos significados de él y adquirir nuevos compromisos con nosotros

mismos hacia el futuro, diferentes en función de cómo interpretemos

el pasado. En suma, la identidad de un sujeto es constitutivamente histórica,

tiene historia.

Nos encontramos, pues, con una peculiaridad de todo aquello a lo que

le es constitutivo un proceso histórico : el desarrollo y construcción de

una identidad de este tipo, que se va trabando en interna relación con el

tiempo y con los sucesos que acaecen tanto como con las interpretaciones

que van surgiendo, presenta una, por así decir, textura dialéctica.

Dicha dialéctica se establece entre las determinaciones que van siendo

asentadas en el tiempo y la libertad propia de la historia personal, o lo

que es lo mismo, entre el sedimento de los acontecimientos, la «pasta»

histórica, y el conjunto probablemente infinito de posibles interpretaciones

que definirá (o, mejor dicho, indefinirá) un rango de modificaciones

en el curso del desarrollo biográfico y el peso y la forma en que cada

combinación de ingredientes de dicha pasta determinarán el paso por

el futuro. No está de más hacer hincapié en la idea de apertura. La importancia

de la interpretación se pone de manifiesto, por ejemplo, en la

situación psicológica y emocional del arrepentimiento. Por un lado tenemos

lo irremediable de haber hecho o dicho algo en un momento previo

al actual, el objeto o «contenido» de lo que nos arrepentimos ; en el

entramado biográfico o existencial el arrepentimiento se situaría en el

vértice de dos perspectivas, al tiempo que puede ser objeto o «conteni-

do» de otra situación psicológica. Las dos perspectivas a las que me refiero

tienen para empezar una dimensión temporal, como la tiene sin duda

todo lo referente a una realidad histórica, cada una de ellas dirigida

en un sentido opuesto: arrepentirse supone una mirada pesarosa al pasado,

vivida y materializada en emoción en el deseo de no haber hecho

lo hecho o no haber dicho lo dicho; por otro lado, supone una mirada

comprometida al futuro por lo que tiene de «autorreproche»: si esto que

he hecho me hace sentir mal sé ahora que debo evitar hacerlo en las ocasiones

que se me planteen en el futuro.2 Como objeto, el arrepentimiento

puede sin lugar a dudas convertirse en el contenido intencional del deseo

de no sentirse arrepentido; y aquí podemos repetir el esquema con

la emoción, disposición o talante que queramos: la perspectiva hacia el

pasado, por ejemplo, podría consistir aquí en el deseo o el convencimiento

de la necesidad de alejar el arrepentimiento de sí, la perspectiva hacia el

futuro podría ser la decisión de ser emocionalmente más fuerte con

respecto a las propias acciones. En suma, puedes interpretar ese arrepentimiento como nefasto para ti y querer ser alguien que no se arrepiente

de lo que hace. Queda, por tanto, la cuestión de la reinterpretación

de la propia historia, de la propia biografía. Que los hechos de nuestra

vida son susceptibles de interpretación por parte de uno mismo es algo

que daré por sentado, aunque también hay que dar entonces por sentado

que la interpretación que uno puede darse a sí mismo no es la única

que le cabe a esa persona darse, sino que el modo como interpreta,

si bien está como el resto de los hechos de su vida, engarzado en el hilo

biográfico, es igual de contingente, el espacio de interpretación está

igual de abierto que el espacio de actuación o desarrollo de su vida. Que

tal interpretación se encuentra en relación interna con los acontecimientos

siguientes (no con todos necesariamente, no de la misma forma todos,

sólo nos hace falta que podamos concederle un peso) es algo que

nos lo exige la comprensión o el prejuicio de qué es una vida humana,

de qué es una persona. Lo que vas haciendo te va definiendo tanto como

te va definiendo el cómo vas interpretando lo que vas haciendo.

Supongo que con este dibujo queda suficientemente esbozado el planteamiento que debe relacionar las ideas de voluntad, interpretación e

identidad biográfica. La interpretación no se pliega a las exigencias deterministas de lo que ha sucedido (es decir, los hechos no determinan suficientemente su interpretación) porque es casi imposible pensar que no

hay al menos varias posibles a nuestra disposición : los modos posibles

de comprender lo que hemos hecho o no ha sucedido se nos dan por

anticipado porque estamos en permanente contacto con opiniones, gestos,

hábitos, que confluyen en el tejido social y en los que se aloja intrínsecamente

la posibilidad de erigirse en norma y criterio para el que

los considera, los sufre o sencillamente los tiene alrededor. Por decirlo de

otra manera, toda conducta puede ser un arquetipo, no hay diferencia

entre una regla y las ocurrencias de dicha regla. Ahora bien, y esto es lo

que importa en este punto: siempre que entendamos que es libre quien

puede asimilar razones a su conducta, y dado que ningún conjunto de

hechos implica necesariamente una determinada interpretación, podemos

afirmar que se es libre tanto como para ser lo que no se es porque

la interpretación incide en el curso de la propia vida. Si escribir es reescribir,

escribir la historia personal es reescribirla.

Estas son las claves del modelo narrativo de la identidad personal, que

por cierto tiene gran arraigo en nuestras intuiciones sobre la vida humana,

en lo que sabemos de nosotros mismos y de los otros como seres

humanos, en tanto que individuos, pero también en tanto que sociedad

cultural:

La formación pasa a ser algo muy estrechamente vinculado al concepto de

cultura, y designa, en primer lugar, el modo específicamente humano de dar

forma a las disposiciones y capacidades naturales del hombre. [...] Realmente

la victoria de la palabra Bildung sobre la de Form no es casual, pues en Bildung

está contenido «imagen» (Bild). El concepto de forma retrocede frente a la

misteriosa duplicidad con la que Bild acoge simultáneamente «imagen imitada

» y «modelo por imitar» (Nachbild y Vorbild). [...] El hombre se caracteriza

por la ruptura con lo inmediato y natural que le es propia en virtud del

lado espiritual y racional de su esencia. (Gadamer, 1996: p. 38)3

Hay que tener presente que la formación, tal y como se plantea aquí,

no es algo que se elige: no es posible entender la vida humana al margen

de esta idea. De hecho, y aunque en ocasiones los educadores puedan

pensar lo contrario, es el propio sujeto quien más empeño pone en

internalizar y desarrollar conductualmente las pautas y criterios con los

que convive y selecciona, dada la mucha evidencia aportada por tres

de las grandes necesidades del ser humano: la necesidad de aprobación,

la de encontrar y retener un sentimiento de pertenencia, y la de la afirmación

de sí a través de la identificación con un grupo social, unos modelos,

etc. Así pues, por todo lo dicho, podemos afirmar cuáles son las

condiciones de inteligibilidad de la Bildung, del modelo narrativo de la

identidad:

• cierta facticidad (dotación genética, facultades biológicas, determinantes

ambientales, azar vital, contexto histórico-social, etc.);

• existencia en el entorno de criterios de conducta e ideológicos, y accesibilidad

cognitiva y formativa a ellos;

• necesidad de querer ajustar el propio comportamiento a varios de

esos criterios;

•efectividad de la voluntad.

Las tres primeras condiciones son, en mi opinión, incontrovertibles.

Pero, ¿qué ocurre si negamos la condición de la efectividad de la voluntad?

3. Estrategia: los nudos de la libertad (faltas y juicios)

Los juicios morales son una práctica muy habitual en nuestras vidas,

tanto como las faltas morales, los actos moralmente sancionable. Si analizamos el juego de lenguaje en el que se inserta la emisión de los juicios

morales podemos apreciar un doble rol: por una parte, al emitir el

juicio moral estamos valorando una acción, es decir, describiendo el valor

moral que le asignamos; por otra parte, estamos expresando el deseo

de que un acto que hemos calificado de moralmente reprobable no

vuelva a producirse. Cuando emitimos un juicio moral sobre una acción

estamos realizando una proferencia que tiene un alcance hacia el pasado

(lamentamos que haya ocurrido, expresamos nuestra repulsa a que

se haya dado) pero también hacia el futuro: expresamos nuestro deseo

de que no vuelva a repetirse y para ello contribuimos a proporcionar el

acceso a la norma de conducta que nos parece apropiada en este caso.

Esta dualidad de funciones encuentra una clarificadora analogía en el juego

de la evaluación, cuya función también es doble: registrar el nivel

de calidad actual de lo evaluado y propiciar y/o demandar una mejora

futura. Es por eso por lo que en mi opinión se encuentran gramaticalmente

emparentados, por centrarnos en el campo semántico del juicio

moral negativo, los siguientes juegos: juzgar, evaluar, calificar, valorar,

culpar, atribuir, responsabilizar, censurar, criticar, reprochar, recriminar,

reprender, regañar, corregir, instruir, enmendar, reparar, mejorar...- denunciar para evitar, ...) De hecho podría considerarse un deber moral el

visibilizar las faltas morales, algo que viene reforzado por el hecho de

que la ocultación de un acto moral sancionable es en sí misma sancio-

nable. Pero mi tesis es quizá más fuerte de lo que en un principio cabe suponer:

entre ambas funciones no existe meramente una relación instrumental

(juzgar una acción para corregir una conducta –el juicio moral como

técnica educativa o de formación), sino que la relación entre ambas

es constitutiva: expresar un juicio moral negativo acerca de una acción

es, eo ipso, expresar el deseo de que en un futuro dicha acción no vuelva

a repetirse, deseo que se ajusta a determinados requerimientos axiológicos

y que por tanto pretende resultar vinculante. Prueba de ello es que

la aparición en escena de los juicios morales modifica sustancialmente las

condiciones en que se juzgarán acciones similares posteriores, sean del

mismo agente cuando es él quien reitera la acción (y en este caso es un

agravante repetir la mala acción cuando –o más bien porque– ya anteriormente fue reprendido), sean de otros agentes pero que tuvieron de

alguna manera acceso a dicha reprimenda. Los juicios morales inciden en

la historia moral de los agentes, tienen una efectividad clara en el tiempo.

Existe una evidencia importante para poder afirmar esto: reincidir

en una falta no es ni de lejos lo mismo que reincidir en una falta después

de un reproche. El reproche aporta el canal de acceso al criterio de

conducta deseable, de modo que la segunda vez que se falta a la norma

conlleva un agravante no por repetición sino más bien por haber faltado

al adquirido compromiso que supone el haber tenido acceso a la norma,

toda exposición de la cual es ya vinculante. (Podemos reconocer que el

individuo en tanto que social conoce las normas, sabe qué debe hacer y

por tanto qué se espera de él ; lo que se espera de él se ajusta a lo que

puede dar; y el grado de comprensión o de conciencia que tiene un sujeto

acerca de qué debe hacer y qué se espera de él va en función de la

sensibilidad de que dispone para reconocer normas que le son aplicables,

pero también de que haya tenido acceso a ellas.) Además, el hecho de

que los juicios morales negativos se hagan acompañar de ingredientes desagradables demuestra que con la misma proferencia del juicio moral negativo se intenta inculcar sentimientos desagradables como recurso condicionante para la próxima ocasión. Un juicio moral, por tanto, no sólo

registra el valor moral de una acción, sino que contribuye en mayor o menor

medida a la no aparición de ciertas acciones.

También las faltas morales presentan una peculiaridad histórica: una

falta moral es lo que es en virtud no sólo de cuál ha sido la acción realizada,

sino también de quién la ha realizado, en qué momento de su vida,

y en qué momento de la historia de la sociedad de ese agente. Esto

es a lo que llamo el carácter curricular de las faltas morales, para el

que tiene una relevancia crucial el bagaje formativo del agente y de su

contexto social. Las faltas morales de una persona no se suceden simplemente, sino que se acumulan (y esto es una característica intrínseca

de las faltas morales): que entre ellas hay una relación histórica es interno

a la propia idea de moralidad. La relación, además, que existe

entre un sujeto y su historia es interna, esto es, la relación que existe

entre una falta moral y la historia o el currículo moral de ese agente en

concreto es interna. ¿Por qué? Porque una falta moral es un hecho normativo,

quiero decir, es lo que es en virtud de una evaluación, que precisa

por tanto de, al menos, unos criterios sociales, históricos y biográficos

para ser determinada como tal.

El hecho de que el juicio moral como práctica social habitual lleve

implícita la demanda de que no tenga que volver a aparecer (función educadora del reproche moral: «No te lo quiero volver a repetir») demuestra

que en la metafísica inserta en el lenguaje se encuentra la aspiración

de que aquello que se reprocha puede ser evitado, el agente moral que

ha cometido una falta es reprendido sólo porque en el sentido del lenguaje

(esta expresión la tomo de Freud) está inserta la creencia de que

dicho agente puede actuar de otro modo en el futuro y de que la ocurrencia

del juicio moral contribuirá a que así sea. Emitir un juicio moral

es al mismo tiempo evaluar una acción pasada, expresar el deseo de que

no vuelva a ocurrir en el futuro y contribuir a que no vuelva a ocurrir.

Todo esto, este juego de lenguaje, no tiene sentido si no se admite la

preponderancia que se le supone en acciones futuras.

Pues bien, si esto es así, ¿podríamos seguir admitiendo esta historicidad

de las faltas morales y de los juicios al tiempo que negamos la efectividad

de la voluntad de los sujetos? Si miramos la vida humana tenemos

que aceptar ideas como la de crecer, formarse, mejorar, aprender,

cambiar... Y todas estas dependen de cómo uno se cuenta su vida y se

piensa a sí mismo, pero también de lo que el sujeto quiera o no hacer. El

ejemplo más claro de esto es la posibilidad de la autoinstrucción: todo lo

que necesita una persona para mejorar una técnica en la que ha sido iniciado

es saber cuál es el horizonte normativo al que debe aproximarse

su trabajo. La misma persona que hace algo puede inducir los cambios

necesarios para mejorar lo que hace y cómo lo hace. Por si esto fuera poco,

deberíamos considerar los propios requerimientos morales presentes

en las prácticas educativas: hay una diferencia moral muy relevante

entre educar, tal y como se hace en una escuela, y programar al modo

de una secta. Proporcionar el acceso a las normas también puede ser ob-

jeto de evaluación moral en función de si el modo de hacerlo contempla

o no la voluntad del agente: por eso no es lo mismo un reproche que una

lobotomía. Así pues, si negamos que se dé la condición de la efectividad

de la voluntad, nuestra manera de entender los juicios morales en

parte como una contribución a los actos que se produzcan en el futuro,

y las faltas morales en tanto que elementos de un curriculum moral, no

pueden sostenerse a menos que dejemos de encontrar reprobables ciertas

prácticas que pretenden modificar la conducta de otros agentes.

4. Hilos

Me gustaría advertir que esta manera histórica de entender los actos

de las personas funciona también en otro ámbito práctico: el del arte.

Cuando nos enfrentamos a la idea de autoría artística tenemos bien presente

todas las determinaciones psicológicas, vitales, sociales, históricas

y artísticas de aquellos que producen una obra literaria o artística. Sin

embargo, nunca «eximimos» de reconocimiento a un autor por ello: más

bien tenemos la idea, quizá no muy consciente, de que muchas otras personas

han vivido circunstancias similares y sólo aquella a quien tenemos

por un gran literato o artista ha respondido con la calidad de sus obras.

¿Por qué, por ejemplo, conociendo con tanta precisión los motivos y causas

de la producción literaria de Kafka no decimos: «En realidad no podemos

atribuirle a Kafka la «responsabilidad» de sus obras, porque no

dependía en última instancia de él tener esos estados psicológicos, esas

creencias, esos deseos...»? Si podemos sostener la objeción del regreso

al infinito para la autoría y responsabilidad morales, no deberíamos

encontrar extraña esta afirmación; pero el caso es que no podemos sostenerla

con naturalidad. En realidad no creo que haya que preguntarse

por qué no podemos afirmar esto, sino más bien por qué insistimos en

dar a las determinaciones psicológicas y vitales tanto peso en la autoría

de nuestros actos como para llegar a afirmar que no somos moralmente

responsables de ellos. La autoría artística no nos resulta problemática;

por decirlo así, no tiene costes vitales. En lo que respecta a la producción

artística no hay un tránsito natural, o mejor dicho, cómodo, entre

el comprender (en tanto que reconocer las causas y motivaciones del

agente) y el justificar (en tanto que descargar de responsabilidad al agente

de las acciones que «materialmente» ejecuta). Ese tránsito sin embargo

sí aparece en las cuestiones morales: donde estamos expuestos a

la experiencia de haber causado daño, a la culpa. Luego es perfectamente

razonable que con el deseo de no encontrarnos frente a un sentimiento

tan devastador como la culpa empleemos la estrategia de confundir los

antecedentes con las causas últimas. A falta de razones por las que los

que cuestionan la agencia no hacen lo propio con la autoría, diré que la

fuente del escepticismo de la libertad de la voluntad, el determinismo y

todas las objeciones que produce, son una derivación teórica de la debilidad

humana ante la culpa, del miedo a la libertad, a ser responsables

de nuestros actos, a la irreversibilidad del tiempo.

Una última consideración. El compatibilismo, tomado seriamente,

debe abocar a una versión deflacionista de la noción de libertad, es decir,

aquella que no necesita elementos metafísicos para caracterizarla. La

incomodidad de dicha versión deflacionista estriba en que parece emborronar

la preciadísima diferencia cualitativa entre los seres humanos y

los animales. Ahora bien, lo que me parece relevante aquí no es si nuestra

noción de libertad nos permite o no diferenciarnos cualitativamente

de los animales, sino si aquello precisamente que nos diferencia de los

animales es en realidad parte de lo que entendemos por libertad. Mi idea

es que no toda criatura que tiene una historia de formación es libre, sino

sólo aquellas en las que la autoconciencia es un elemento relevante

del desarrollo de dicha historia; pero esto es algo que necesitará mucho

más tiempo para poder ser justificado.

Bibliografía

GADAMER, (1996): Verdad y método I, Salamanca, Sígueme.

LOCKE: Ensayo sobre el entendimiento humano.

MOYA, C. (1997) «Libertad y responsabilidad moral» en CORBÍ y MOYA (eds.)

Ensayos sobre libertad y necesidad Valencia, Pre-Textos/Dept. Metafísica

VICENT, M. (2002): «El vacío», El País.

Notas

1. Este trabajo ha podido realizarse gracias a una beca de investigación «Cinc

Segles» concedida por la Universidad de Valencia.

2. No hay que olvidar que el arrepentimiento y el propósito de enmienda

están tan ligados que la presencia o no de este compromiso puede hacernos

cuestionar la sinceridad del arrepentimiento, esto es, la autenticidad del sentimiento

del que se hace gala.

3. Solamente como apunte diré que quizá el tratamiento más importante de

esta vertiente subjetiva que yo quiero abordar es la de Dilthey, que puso orden

en los orígenes de la hermenéutica. Curiosamente, esta noción está recogida

por John McDowell en Mind and World, obra en la que se tematiza como «la

segunda naturaleza».

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