Thursday, October 11, 2007

Ética y Educación en Valores sobre el Medio Ambiente para el siglo XXI

Carlos Osorio M.

Profesor de la Universidad del Valle, Colombia.
Colaborador Programa Educación en Valores y miembro de la Red en Ciencia, Tecnología y Sociedad CTS+I, de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, OEI.

Ponencia presentada en el Segundo Encuentro Latinoamericano y Caribeño de Jóvenes por el Medioambiente, la Vida y la paz, en el marco del Tercer Foro Regional de Jóvenes de América Latina y el Caribe. Santafé de Bogotá, Noviembre 15 de 2000.

Resumen: La relación de la ciencia y la tecnología con respecto al medio ambiente, y el objetivo de la educación ambiental en el marco de una educación en valores en la escuela, son algunos de los aspectos que se desarrollan en "Ética y Educación en Valores sobre el Medio Ambiente para el Siglo XXI", ponencia presentada por Carlos Osorio, en el Segundo Encuentro Latinoamericano y Caribeño de Jóvenes por el Medioambiente, la Vida y la Paz, evento que se desarrolló en noviembre de 2000, a propósito del Tercer Foro Regional de Jóvenes de América Latina y el Caribe.

1. Introducción

Empezamos un nuevo siglo y como en todo comienzo de época, buscamos renovar nuestras ilusiones, despertar propósitos que permanecen ocultos, abrirnos a nuevas fuentes de esperanza por un porvenir nuevo e incierto que parece que se descubriera por el paso de una fecha a otra. Este sentimiento de esperanza y de cambio, que existe en cada uno de nosotros y lo percibimos de manera individual, es en gran medida algo generalizado, porque generalizados son algunos problemas que afectan al conjunto de la sociedad. Uno de estos problemas tiene que ver con el tema de la conducta humana, aquello que pertenece al campo de la ética (Mitcham, 1996); y por consiguiente involucra el dominio de nuestras relaciones consigo mismo y con los demás seres humanos.

Pero esto es solo una parte del problema ético. Hemos cambiado el medioambiente de manera radical en los últimos cincuenta años, al punto de poner en peligro la existencia de la vida sobre la tierra; y esto también ha pasado a ser motivo de preocupación ética.

Los problemas ambientales no son producto de la fatalidad, están relacionados con las intervenciones humanas. Y estas presentan muchos componentes, no solo el económico, también el científico y el tecnológico, el político y jurídico, el social en su conjunto. Desde este punto de vista, hay que preguntarse por la naturaleza de las intervenciones o acciones humanas, es decir, por la forma como se originan y presentan dichas acciones con relación al medio ambiente. ¿Cuáles son las consecuencias previsibles a corto, mediano y largo plazo por estas intervenciones? ¿Y qué podemos hacer al respecto? Son preguntas inevitables en un análisis ambiental, y que la ética incorpora como manera de preguntarse sobre la conducta de los hombres con el conjunto de la biosfera.

Uno de los componentes fundamentales de una intervención ambiental está relacionado con el desarrollo científico-tecnológico, ya que este desarrollo nos ha permitido utilizar la naturaleza para desencadenar situaciones que han puesto en peligro la continuidad de la vida. Desde este punto de vista, podemos vincular la preocupación por el tema del medio ambiente y de la ética sobre el medio ambiente, con el auge de la ciencia y la tecnología, especialmente desde la segunda guerra mundial.

Vamos a referirnos brevemente a los aspectos que relacionan al medio ambiente con la ciencia y la tecnología, desde una perspectiva ética, así como el papel de una educación en valores sobre el tema ambiental, de tal forma que se puedan extraer algunos elementos para hacer de esta nueva época que empieza, como lo hemos dicho al principio, el momento de nuevas esperanzas por un porvenir ético más humano y por consiguiente más acorde con la biosfera.

2. Antecedentes históricos

El tema ambiental está íntimamente relacionado con el tema del desarrollo científico-tecnológico y en particular con la concepción de éste desarrollo. No pretendemos decir con esto que el origen de los problemas ambientales esté asociado única y exclusivamente al tema de la ciencia y la tecnología. Gran responsabilidad ha dependido de las formas de explotación económica de la sociedad, tanto de los sistemas capitalistas como socialistas(1); o bien de los valores que las personas tienen frente a la naturaleza, en cuanto amos y poseedores que le permiten usufructuar de ella. Es decir, vamos a tomar como eje de análisis el tema del desarrollo científico-tecnológico, pero debe quedar claro que no es el único factor que explica el problema medioambiental que actualmente se vive.

Históricamente se puede vincular esta articulación de ciencia-tecnología y medio ambiente, como una relación problemática, desde mediados del siglo XX, con el final de la segunda guerra mundial en 1945, y especialmente con los años posteriores, teniendo como despliegue la década de los años 60. Einstein, por ejemplo, va a ser un crítico por la utilización de la energía nuclear con fines armamentísticos; o físicos menos conocidos como Max Delbrück, termina por abandonar la física como rechazo al uso del conocimiento en la construcción de la bomba atómica, para dedicarse a la biología y trabajar desde allí por una ciencia que contribuyera a la vida y no a la destrucción de la vida.

De manera creciente, en la década de los años 60 del siglo XX, se presenta la movilización social por el tema ambiental en el mundo, por ejemplo con la protesta de los estudiantes norteamericanos sobre el uso del Napalm en la guerra del Vietnam; con la protesta social por la carrera armamentista en la llamada guerra fría; la preocupación por el uso de la energía atómica para la producción de energía eléctrica, teniendo en cuenta los primeros accidentes de centrales nucleares que se empezaban a presentar; y en general todo el cuestionamiento a las aplicaciones del conocimiento científico y tecnológico que jóvenes y diversos sectores sociales hicieron en EE.UU., Europa, y aún en América Latina -tal como se desprende, por ejemplo, de los primeros trabajos de Ernesto Sabato y Amilcar Herrera al sur del continente, en la óptica por buscar un espacio de desarrollo tecnológico más adecuado para los países latinoamericanos-, (Cutcliffe, 1990; Vacarezza, 1998).

De esta protesta social, surgió el movimiento ambientalista y también el hipismo, movimientos que le renovaron la esperanza a la sociedad, más allá de la percepción optimista que tenían los gobiernos con el uso de la ciencia y la tecnología, como fuente de solución de los problemas habidos y por haber. Como se sabe, este optimismo estaba asociado a una concepción política sobre el desarrollo científico y tecnológico. Concepción que consistía en proclamar por una autonomía de la ciencia y la tecnología con respecto a la interferencia social o política de los gobiernos, lo que se traducía en un apoyo incondicional, ya que algunos resultados por estas formas de conocimiento generaban tal intenso optimismo. Son expresiones de este punto a favor: los primeros ordenadores electrónicos -ENIAC, en 1946-; los primeros transplantes de órganos -de riñón, en 1950-; los primeros usos de la energía nuclear para el transporte; o la invención de la píldora anticonceptiva en 1955 (López Cerezo, 2000).

Pero este optimismo proclamado va a ser cuestionado por la cadena de desastres relacionados con la ciencia y la tecnología, que van a conllevar a la protesta social de la que hablábamos anteriormente. Vertidos de residuos contaminantes, accidentes nucleares en reactores civiles y transportes militares, envenenamientos farmacéuticos, derramamientos de petróleo, etc.; todo esto no hacía sino confirmar la necesidad de revisar la concepción política del desarrollo científico-tecnológico y su relación con la sociedad y la naturaleza.

2.1. Breve cronología de un fracaso

Siguiendo a algunos autores del campo de estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad(2) (González García, et al., 1996), se puede describir la cadena de desastres relacionados con la ciencia y la tecnología, con fuertes repercusiones sociales y ambientales, con el siguiente listado en esta época:

  • 1957 : La Unión Soviética lanza el Sputnik I, el primer satélite artificial alrededor de la tierra. Causó una convulsión social, política y educativa en EE.UU. y otros países occidentales.
  • El reactor nuclear de Windscale, Inglaterra, sufre un grave accidente, creando una nube radiactiva que se desplaza por Europa occidental.
  • Explota cerca de los Urales el depósito nuclear Kyshtym, contaminando una gran extensión circundante en la antigua URSS.
  • 1958: Se crea la National Aeronautics and Space Administration (NASA), como una de las consecuencias del Sputnik. Más tarde, se creará la European Space Research Organization (ESRO), precursora de la Agencia Espacial Europea (ESA), como respuesta del viejo continente.
  • 1959: Conferencia Rede de C.P. Snow, donde se denuncia el abismo entre las culturas humanística y científico-técnica.
  • 60s: Desarrollo del movimiento contracultural, donde la lucha política contra el sistema vincula su protesta con la tecnología.
  • Comienza a desarrollarse el movimiento pro tecnología alternativa, en el que se reclaman tecnologías amables a la medida del ser humano y se promueve la lucha contra el estado tecnocrático.
  • 1960: La talidomida es prohibida en Europa después de causar más de 2.500 defectos de nacimiento.
  • 1962: Publicación de Silent Spring, por Rachel Carson. Denuncia, entre otras cosas, el impacto ambiental de plaguicidas sintéticos como el DDT. Es el disparador del movimiento ecologista.
  • 1963: Tratado de limitación de pruebas nucleares.
  • Se hunde el submarino nuclear USS Thresher, y es seguido por el USS Scorpion (1968) y un número indeterminado de submarinos nucleares soviéticos.
  • 1965: Gran apagón en la ciudad de Nueva York y partes de nueve estados del noroeste de EE.UU.
  • 1966: Se estrella un B-52 con cuatro bombas de hidrógeno cerca de Palomares, Almería, contaminando una amplia área con radiactividad.
  • Movimiento de oposición a la propuesta de crear un banco de datos nacional en EE.UU., por parte de profesionales de la informática sobre la base de motivos éticos y políticos.
  • 1967: El petrolero Torry Canyon sufre un accidente y vierte una gran cantidad de petróleo en las playas del sur de Inglaterra. La contaminación por petróleo se convierte desde entonces en algo común en todo el mundo.
  • 1968: El Papa Pablo VI hace público un rechazo a la contracepción artificial en Humanae vitae.
  • Graves revueltas en EE.UU. contra la Guerra de Vietnam, que se hacen extensivas al industrialismo y la tecnología moderna.
  • Mayo del 68 en Europa y EE.UU.: protesta generalizada contra el establishment.

En síntesis, los 60 señalan el momento de revisión y corrección del modelo de la política científico-tecnológica, el cual estaba causando graves problemas a la humanidad y en particular al medio ambiente, con consecuencias que empezaban a ser vistas como irreversibles; el cuestionamiento se orienta hacia la ciencia y la tecnología y en particular a las decisiones que se toman con estos saberes, decisiones que tienen un fondo político, económico y ético.

Frente a esto, los gobiernos, inicialmente en los EE.UU., empiezan a crear una nueva política más intervencionista, donde los poderes públicos desarrollen y apliquen una serie de instrumentos técnicos, administrativos y legislativos para encauzar el desarrollo científico-tecnológico y supervisar sus efectos sobre la naturaleza y la sociedad. El estímulo de la participación pública será desde entonces una constante en las iniciativas institucionales relacionadas con la regulación de la ciencia y la tecnología. De la participación de la sociedad, con sus puntos de vista, sus valores y criterios éticos, dependerá en adelante, que algunas cosas a nivel de la concepción del desarrollo científico y tecnológico, y en general del desarrollo de la sociedad puedan ser modificadas y con ello se cambie la tendencia depredadora sobre el medio ambiente(3).

3. El tema de la ética y el medio ambiente

Tradicionalmente el tema de la ética no ha estado ligado a los aspectos referentes a la naturaleza y al medioambiente. Las viejas cuestiones de la relación entre el ser y el deber, la causa y el fin, la naturaleza y el valor, que son del dominio de la ética, han estado circunscritas a una esfera en donde ha quedado excluido el tema del medioambiente. Y sólo hasta décadas muy recientes, éste tema ha pasado a tener una preocupación ética notable, salvo el caso de la medicina que ha tenido una tradición en el asunto desde la antigüedad.

Nos dice Hans Jonas (1979), que todas las éticas habidas hasta ahora –ya adoptasen la forma de preceptos directos de hacer ciertas cosas y no hacer otras, o de una determinación de los principios de tales preceptos, o de la presentación de un fundamento de la obligatoriedad de obedecer a tales principios– compartían tácitamente las siguientes premisas conectadas entre sí: 1) La condición humana, resultante de la naturaleza del hombre y de las cosas, permanece en lo fundamental fija de una vez para siempre; 2) Sobre esa base es posible determinar con claridad y sin dificultades el bien humano; 3) El alcance de la acción humana y, por ende, de la responsabilidad humana está estrictamente delimitado.

Pero la época que se inició desde mediados del siglo XX, con la capacidad del hombre de romper esa relación constante del hombre con la naturaleza, mediante el desarrollo científico-tecnológico, ha modificado sensiblemente el panorama. Antes de nuestra época, las intervenciones del hombre en la naturaleza, tal y como él mismo las veía, eran esencialmente superficiales e incapaces de dañar su permanente equilibrio. Pero ahora, las cosas han cambiado.

El dominio tradicional de la ética estaba circunscrito a la relación entre los hombres, en la ciudad. La vida humana transcurría entre lo permanente y lo cambiante: lo permanente era la naturaleza; lo cambiante, sus propias obras. La más grande de éstas fue la ciudad, a la que pudo otorgar cierta permanencia con las leyes que para ella ideó y que se propuso respetar. La naturaleza no era objeto de la responsabilidad humana; ella cuidaba de sí misma y cuidaba también, del hombre. Frente a la naturaleza no se hacía uso de la ética, sino de la inteligencia y de la capacidad de invención. Toda la ética que nos ha sido transmitida habita, pues, este marco intrahumano, el de la ciudad.

Pero lo que hemos conocido en el siglo XX, es que la naturaleza es vulnerable. El desarrollo científico-tecnológico moderno nos ha mostrado la tremenda vulnerabilidad de la naturaleza, una vulnerabilidad que no se sospechaba antes de que se hiciese reconocible en los daños causados. Y es sobre esta capacidad de daño sobre la naturaleza, lo que nos hace considerar la importancia del saber previo, como principio de cautela frente a nuestras acciones.

Ninguna ética anterior hubo de tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana ni el futuro remoto, más aún, la existencia misma de la especie. El hecho de que precisamente hoy estén en juego esas cosas exige, en una palabra, una concepción nueva de los derechos y deberes, algo para lo que ninguna ética ni metafísica anterior proporciona los principios y menos aún una doctrina ya lista (Jonas, op. cit).

Ya no es un sinsentido preguntar si el estado de la naturaleza humana –la biosfera en su conjunto y en sus partes, que se encuentra ahora sometida a nuestro poder– se ha convertido precisamente por ello en un bien encomendado a nuestra tutela y puede plantearnos algo así como una exigencia moral, no sólo en razón de nosotros, sino también en razón de ella y por su derecho propio.

Es en este punto que aparece el principio de responsabilidad, como el elemento de base para considerar una nueva ética. Porque ya no se trata de que los hombres hagan las cosas con la diligencia del deber cumplido. De lo que se trata es de que las hagan con responsabilidad, es decir, teniendo en cuenta la existencia de la naturaleza, las acciones incluyen al presente y al futuro. Es el futuro indeterminado más que el espacio contemporáneo de la acción, el que nos proporciona el horizonte significativo de la responsabilidad. Esto exige una nueva clase de imperativos éticos. En principio, la moral tendrá entonces que invadir la esfera de la producción económica, de la que anteriormente se mantuvo alejada, y habrá de hacerlo en la forma de política pública. De hecho la esencia modificada de la acción humana modifica la esencia básica de la política. En síntesis, la ética que tiene que ver con el medioambiente, es la ética de la responsabilidad. Tal como ya se ha dicho, es una responsabilidad con el futuro.

3. La ética y la educación en valores sobre el medio ambiente

La educación ética se distingue por su universalidad, y prescriptividad. Mientras que la educación en valores involucra elementos universales de los principios éticos definidos, y puede también involucrar costumbres y normas sociales específicas para un contexto o grupo social. La educación en valores puede ser considerada como una parte de la educación ética, siempre y cuando los valores que transmita estén acordes con principios éticos universales, y en este caso hablaremos específicamente de educación en valores morales. Con ello queremos decir, que nos referiremos siempre a educación en valores morales, cada vez que mencionemos el tema de los valores, pero sin olvidar que valores también son aquellas normas y costumbre del gusto y deseo propios de una comunidad, pero que pueden no ser exactamente valores morales.

Iniciemos con la cuestión de una intervención ambiental. Siempre hay diferentes posibilidades o alternativas frente a las intervenciones que una sociedad propone con relación al medio ambiente. Siempre es posible encontrar más de una posibilidad, cuando se trata de un proyecto de intervención; por ejemplo, en la construcción de una central hidroeléctrica, es posible proponer mecanismos alternativos de cogeneración de energía eléctrica, seguramente con menores costos económicos, sociales y ambientales(4). Entonces vemos que, como en los procesos de Evaluación Constructiva de Tecnologías ECT, en donde siempre se dispone de varias trayectorias tecnológicas a la hora de tomar decisiones acerca de la elección de una determinada tecnología, (Callon, 1995); en el tema ambiental también hay que tener en cuenta las diferentes posibilidades que se generan al tomar una u otra alternativa de intervención sobre el medioambiente. Esto nos lleva por consiguiente, al plano no solo de las elecciones, sino de las decisiones y por consiguiente de las responsabilidades. ¿Porqué se toma esta o aquella decisión? ¿Quién la toma y en función de que criterios? ¿Cuáles son los mecanismos de toma de decisiones? ¿Qué consecuencias trae determinada decisión en el corto, mediano y largo plazo? ¿En definitiva, en función de qué sistema de valores ha sido tomada tal decisión? (Giordan y Souchon, 1997).

Como vemos se trata de preguntas de la mayor importancia para una sociedad, preguntas que la escuela puede promover y desarrollar como mecanismo de aprendizaje para el debate social. La escuela puede ser uno de los mejores espacios para aprender a clarificar el sistema de valores que se oculta detrás de una intervención ambiental. De ahí que, en el caso de la escuela, la educación ambiental no deba ser un dispositivo de transmisión de unos valores predeterminados, no debe ser esa su función primordial; el objetivo de la educación ambiental, con relación al tema de los valores, a nuestro juicio, es permitir a la comunidad educativa, avanzar en la construcción de conductas, criterios y comportamientos hacia la sostenibilidad de una determinada sociedad, sin perder de vista el planeta en su conjunto.

Y decimos comunidad educativa, puesto que la educación ambiental que se lleva a cabo en una institución educativa implica una actividad formadora, en primera instancia para el alumno, pero la actividad requiere del soporte de los demás actores de la comunidad educativa: los docentes, los padres de familia, las directivas del plantel, así como de otros actores que se encuentren vinculados bajo proyectos específicos, por ejemplo empresas y Organizaciones no gubernamentales, etc. (Osorio, 1999).

Decimos también que se trata de una actividad de construcción de valores, no de imposición de valores. "En la medida en que la moral no sea una imposición heterónoma, una deducción lógica realizada desde posiciones teóricas establecidas, un hallazgo más o menos azaroso o una deducción casi del todo espontánea, podemos decir que solo nos cabe una alternativa: entenderla como una tarea de construcción o reconstrucción personal y colectiva de formas morales valiosas. La moral no está dada de antemano ni tampoco se descubre o elige casualmente, sino que exige un trabajo de elaboración personal, social y cultural" (Puig Rovira, 1998).

Decimos también que la educación en valores desde una perspectiva ambiental se enfoca centralmente en el tema de la sostenibilidad, puesto que, como sabemos, la sostenibilidad busca no comprometer la capacidad medioambiental de las futuras generaciones, además que propende por valorar bajo otras condiciones, por ejemplo, el de la desaparición de una especie, o bien el valorar ciertos hábitats, que en términos económicos pueden ser muy bajos, pero de gran beneficio ambiental. Por último, mencionamos que en conjunto, hay que tener presente no solo la sostenibilidad de la sociedad en la que está inmersa la institución, sino también la del planeta, puesto que cualquier decisión ambiental puede desencadenar consecuencias insospechadas en otros lugares. Pero tener en cuenta el planeta o, al menos un espacio mayor de análisis, significa, tener presente un conjunto más amplio de circunstancias y relaciones económicas y sociales, y por consiguiente, de relaciones de poder, desigualdad, riqueza, etc.

Si hemos dicho que la educación ambiental, desde el ámbito de los valores, es una construcción, por consiguiente se puede plantear en términos de las teorías de la construcción de la personalidad moral. En este sentido, hay que tener en cuenta cuáles son los aspectos que conciernen a la personalidad moral, que puedan ser objeto de una educación ambiental centrada en los valores.

De acuerdo con Puig Rovira, hay varios elementos o componentes de la personalidad moral, los cuales se pueden resumir en: un primer momento de adaptación y reconocimiento de sí mismo, es decir de socialización o adquisición de pautas sociales básicas de convivencia, pero también de adaptación y reconocimiento de las propias decisiones o posiciones que se valoran; un segundo momento, tiene que ver con la incorporación de aquellos elementos culturales y de valor que son normativos deseables, como la justicia, la libertad, la igualdad, la solidaridad, las formas democráticas de convivencia, en general la Declaración Universal de los Derechos Humanos; un tercer momento hace referencia a las adquisiciones procedimentales para la construcción de la personalidad moral, tales como las capacidades para el juicio, la comprensión y autorregulación, y en general las formas para el diálogo y la sensibilidad moral, capaces de permitir la pluralidad y la democracia; por último, se trata de edificar la personalidad moral como la propia biografía, en tanto cristalización de valores y espacio de diferenciación, que permita una noción de felicidad por la vida, que cada cual reconoce que mereció ser vivida (Puig Rovira, 1998).

Estos componentes de la personalidad moral, llevados al plano ambiental, coinciden con lo que otros autores han señalado como un esquema de trabajo para los valores en el tema ambiental. Giordan y Souchon (1997) por ejemplo, no utilizan los términos de construcción para refererirse a la educación en valores, hablan es de "búsqueda de valores que se adapten mejor a la lucha por la supervivencia de la humanidad". A la hora de proponer la forma de esa búsqueda, apelan a una explicitación de valores que conlleva a confrontar los propios, como los de aquellos que hacen parte de las decisiones tomadas en una intervención ambiental: "En el marco de la Educación Ambiental, la educación de los valores debe, en primer lugar, permitir a la persona revelarse a sí misma los elementos de su propio sistema de valores (¡no siempre coherentes!) y, en segundo lugar, clasificar sus principales componentes. Seguidamente deberá poder justificar mejor su apego a ciertos valores, que ya son más fáciles de expresar. Como consecuencia de este proceso se va dibujando un sistema de valores/actitudes/comportamientos, del que cada cual es responsable, en función de múltiples factores sociales y culturales... No se trata de proponer un sistema tipo" (Giordan y Souchon, 1997). Sin embargo, tampoco se renuncia en este caso a un conjunto de valores universales o principios éticos, como la tolerancia, y la responsabilidad. Situación que es comparable al segundo momento que identificábamos para la construcción de la personalidad moral.

Desde una perspectiva que involucra más a la ciencia y la tecnología y su relación con el medio ambiente, algunos autores han propuesto el llamado Ciclo de Responsabilidad, como una manera de aprender a trabajar en el aula el tema ético (Waks, 1988). En este caso, la dimensión ambiental es un compromiso con la acción, y por consiguiente las formas de reconocimiento de sí mismo, que también constituyen la primera fase del Ciclo, es un criterio para identificar nuestras imágenes y deseos que, proyectados al futuro, nos exigen un compromiso con el medio ambiente. Como vemos, aparece la necesidad de responsabilidad intergeneracional, que es el corazón de la sostenibilidad. Responsabilidad hacia el futuro, cual es la base de la ética moderna, la que salió de finales del siglo XX y tiene mucho por transitar en el siglo XXI.

4. Comentario final

Se ha planteado que con el modelo de desarrollo científico-tecnológico, que se propició desde mediados del siglo XX, se rompió la relación que se tenía con el medio ambiente, en los niveles tradicionales; esta situación se manifestó con las catástrofes ambientales, rechazadas por la sociedad, desde la década de los años 60. Frente a esto, hemos encontrado que una posibilidad de continuar con el avance del conocimiento, disminuyendo los efectos negativos sobre el medio ambiente, reside en la participación de las personas en procesos sociales que permitan cuestionar el tipo de ciencia y tecnología que se realiza, y que los gobiernos creen políticas públicas de ciencia y tecnología más acordes con las necesidades de una sociedad, una de cuyas necesidades es la protección del medio ambiente. El tema de la participación social, debe ser un objetivo de las sociedades democráticas. De otro lado, hay que promover formas de construcción de una actividad científica que incluya el análisis de los problemas ambientales de carácter global, cuando se trata de procesos en donde las decisiones se encuentran de cara a grandes incertidumbres, como por ejemplo la desaparición de un ecosistema o incluso de civilizaciones enteras o del planeta mismo(5).

En segundo lugar, hemos hablado de la responsabilidad como principio de acción, y ha sido planteado como el elemento de base de una nueva ética. En este sentido, debemos continuar trabajando sobre este principio en el siglo XXI, sin que ello nos lleve a un tipo de quietismo con el medio ambiente. El principio de responsabilidad debe ser punto de partida, debe ser una fuerza de saber previo, un apriori que nos debe llevar a proceder con cautela sobre el medio ambiente. Y en este punto, uno de los elementos que puede hacernos retomar su capacidad, debe ser la responsabilidad frente al tema de la diversidad de la vida.

Finalmente, debemos continuar extendiendo la educación en valores morales, involucrando en ella al tema del medio ambiente y por consiguiente al concepto de desarrollo sostenible, que constituye el eje fundamental de análisis de la problemática ambiental. Recordemos que se trata del desarrollo que es capaz de no comprometer la capacidad de las futuras generaciones de atender sus necesidades. La palabra desarrollo expresa un compromiso de equidad con los pueblos y comunidades más pobres; y el adjetivo sostenible implica perdurar, lo cual es otra dimensión de la equidad; se observa que no se dice crecimiento sostenible, ya que el incremento se mide en función de la renta nacional, en cambio el desarrollo implica algo más amplio, una noción de bienestar que reconoce componentes no monetarios (Jacobs, 1991).

Es probable que la gente del futuro sea más rica, pero heredarán un ambiente más degradado. En este sentido, la idea de equidad intergeneracional, como la base del concepto de sostenibilidad, se convierte así en un concepto básicamente ético, ya que busca no comprometer la capacidad medioambiental de las futuras generaciones. La ética del siglo XXI con relación al medio ambiente, debe continuar trabajando y extendiendo a todos los niveles de la sociedad y no solo al entorno escolar, el concepto de sostenibilidad, como un concepto básicamente moral. Y se trata de una ética del género humano, en el sentido como Edgar Morin (1999) lo ha señalado recientemente, aquella que reconoce la triada individuo-sociedad-especie, para asumir la misión antropológica del milenio:

  • De trabajar para la humanización del planeta
  • De obedecer a la vida, guiar la vida
  • De lograr la unidad planetaria en la diversidad
  • De respetar al otro, tanto en la diferencia como en la identidad consigo mismo
  • De desarrollar la ética de la solidaridad
  • De desarrollar la ética de la comprensión
  • De enseñar la ética del género humano

Bibliografía

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Notas

(1) Con frecuencia se ha considerado que es la economía capitalista o economía de mercado, la responsable de los problemas ambientales. Sin embargo se sabe que en los países socialistas, en donde no han estado mayormente las fuerzas del mercado, también se han agotado los recursos y generado contaminación, tal como en Occidente y en el sur capitalista; de hecho a menudo más severamente (Jacobs, 1991).

(2) La expresión "ciencia, tecnología y sociedad" (CTS) suele definir un ámbito de trabajo académico, cuyo objeto de estudio está constituido por los aspectos sociales de la ciencia y la tecnología, tanto en lo que concierne a los factores sociales que influyen sobre el cambio científico-tecnológico, como en lo que atañe a las consecuencias sociales y ambientales, provocadas por ese cambio.

(3) Es importante recordar en este último punto, la importancia que tuvieron los informes elaborados para el Club de Roma y en particular el de Meadows (1972), The limits to growth, en donde se alertaba sobre el agotamiento de recursos naturales y en general el colapso ambiental, de continuar con las actuales tendencias de crecimiento de la población, la industrialización, el uso intensivo de recursos, etc. (algunos trabajos que analizan los desarrollos a los problemas señalados por el Club de Roma, véanse: Sosa, 1990; Sanmartín, 1993; Cuello y Durbin, 1993).

(4) No sobra recordar con este ejemplo que una de las mayores causas de la deuda externa en países latinoamericanos, estuvo relacionada con proyectos de construcción de centrales hidroeléctricas (Puig y Corominas, 1990).

(5) A este tipo de ciencia regulatoria, también se le conoce como ciencia postnormal (Funtowicz y Ravetz, 1997).

CONCEPTOS PREVIOS

1.- Ética y Moral

La ética es a la moral como la teoría es a la práctica

2.- La esencia de la educación es la educación en valores.

3.- AXIOLOGÍA = Disciplina que trata de los valores, naturaleza, esencia.

4.- La dimensión SUBJETIVA Y OBJETIVA del valor, o qué está primero el ser humano o el valor.

5.- El subjetivismo: (tendencia)

- La persona crea el valor según deseos, intereses o ideas.

- Valor y valoración son una misma ralidad.

- El valor se identifica con un hecho o estado psicológico.

6.- El objetivismo: (tendencia)

- Los valores existen fuera de las personas.

- Las personas sólo descubren los valores que están ahí.

7.- Tendencia actual:

- Ambas tienen una parte del valor y no la totalidad.

- El valor es un aspecto elaborado o ideado por el sujeto para entender, codificar y representar el mundo.

- El valor tiene múltiples caras y se puede ver desde diferentes ángulos:

- Metafísico: El valor es importante por sí mismo.

- Psicológico: El valor es subjetivo y vale si el sujeto lo establece.

- Circunstanciales: El valor depende del momento histórico, cultural y la situación concreta de dónde surge.


8.- Definición de valor:

Valor es lo bueno, real o ideal, deseado o deseable para una persona o colectividad”

Lo opuesto es el contravalor.

Valores: amor, salud, riqueza, justicia, libertad, solidaridad, etc.

Contravalores: odio, enfermedad, pobreza, injusticia, etc.


I. QUÉ ES LA ETICA

ORIGEN

El sentido más antiguo de la ética (de origen griego) residía en el concepto de

la morada o lugar donde se habita; luego referido al hombre o pueblos se aplicó

en el sentido de su país, tomando especial prestigio la definición utilizada por

Heidegger: "es el pensar que afirma la morada del hombre", es decir su

referencia original, construida al interior de la íntima complicidad del alma.

En otras palabras ya no se trataba de un lugar exterior, sino del lugar que el

hombre porta a sí mismo. "El ^ethos es el suelo firme, el fundamento de la

praxis, la raíz de la que brotan todos los actos humanos.

El vocablo ^ethos sin embargo, tiene un sentido mucho más amplio que el que se

da a la palabra ética. Lo ético comprende la disposición del hombre en la vida,

su carácter, costumbre y moral. Podríamos traducirla "el modo o forma de vida"

en el sentido profundo de su significado.

^Ethos significa carácter, pero no en el sentido de talante sino en el sentido

"del modo adquirido por hábito". ^Ethos deriva de éthos lo que significa que el

carácter se logra mediante el hábito y no por naturaleza. Dichos hábitos nacen

"por repetición de actos iguales" , en otras palabras, los hábitos son el

principio intrínseco de los actos.

En el ámbito conceptual de la ética, tenemos un círculo correlacionado entre

^ethos - hábitos - actos. En efecto si ^ethos es el carácter adquirido por

hábito, y hábito, nace por repetición de los actos iguales, ^ethos es a través

del hábito "fuente de los actos" ya que será el carácter, obtenido (o que

llegamos a poseer -héxis) por la repetición de actos iguales convertidos de

hábito, aquel que acuñamos en el alma.

El hombre a través de su vida va realizando actos. La repetición de los actos

genera "actos y hábitos" y determinan además las "actitudes". El hombre de este

modo, viviendo se va haciendo a sí mismo. El carácter como personalidad es obra

del hombre, es su tarea moral, es el cómo "resultará" su carácter moral para

toda su vida...

Podemos aproximarnos a la conceptualización de la palabra "moral" (origen del

latín) como la adquisición de "Modo de Ser logrado por apropiación", o por

niveles de apropiación, donde se encuentran los sentimientos, las costumbres y

el carácter.

El carácter o personalidad moral, como resultado de actos que uno a uno el

hombre ha elegido, es lo que el hombre ha hecho por sí mismo o por los demás.

"El hombre en este contexto se hace y a la vez es hecho por los demás, tanto

positiva como negativamente".

La Etica (repito:de origen griego) como muy bien dice Vidal, es la "realidad y

el saber que se relaciona con el comportamiento responsable donde entra en juego

el concepto del bien o del mal del hombre".

La ètica florece a partir de nuestros valores que nos dictan si algo esta bien o

mal (correcto o incorrecto) en un acto humano. Mayor relevancia adquiere cuando

el acto afecta a un tercero.

La Moral (de origen Latín) significa lo mismo que ética ya que traduce el

significado de éthos (costumbre) y ^ethos (carácter/talante), dejando atrás su

primera aproximación en que el término mos solo se refería a "costumbre".

Normalmente la ética se emplea respecto a aproximaciones de tipo filosóficas y

de tipo racional como tal. El término moral por su parte, se utiliza más en

consideraciones de tipo religioso. Frente a la justificación de las normas de

comportamiento utilizamos ética como concepto. Moral en cambio, es referido a

"códigos concretos de comportamiento".

PRINCIPIO GENÉRICO HISTÓRICO

En el origen, la ética aparece subordinada a la política (ética individual y

ética social). En efecto, el hombre griego de la época sentía la polis como

inmediatamente encardinada en la naturaleza. En Aristóteles, la moral forma

parte de la ciencia de la política porque la vida individual solo puede

cumplirse dentro de la polis (interpretando: lo que en realidad pretendía decir

era que lo sustenta el bien particular es el bien común) y determinada por ella;

incluso eleva la polis a la calidad de divino. En la doctrina aristotélica el

fin de la ética y de la política son idénticos: La Felicidad, que como "bien

autosuficiente" no es un bien más entre otros, ni componente de algún estado de

cosas. La Felicidad es la suprema justificación de la vida del hombre.

Platón establecía que era la polis y no el individuo el sujeto de la moral, es

decir -planteaba- la virtud no puede ser alcanzada por el hombre sino que el

Estado lo debe orientar hacia fines morales (no por medio de la dialéctica sino

por la persuasión).

La ética de Kant es de un individualismo radical, pues no presupone exigencias

transpersonales sino que busca el deber de perfección propia. "Nunca puede ser

un deber para mi cumplir la perfección de los otros". Kant sustituye la moral

del bien y de la felicidad por una moral del puro deber y de la conciencia

individual.

Para Hegel el espíritu subjetivo una vez en libertad de su vinculación a la vida

natural, se realiza como espíritu objetivo en tres momentos: Derecho, ya que la

libertad se realiza hacia afuera; moralidad, es decir, el bien se realiza en el

mundo; y la eticidad, que se realiza a su vez en tres momentos: Familia,

Sociedad y Estado, siendo éste último según él, el sujeto supremo de la

eticidad, aunque probablemente haya querido decir que el Estado "es" sujeto de

eticidad, Estado de justicia, Estado ético.

En resumen , en el origen la ética se encuentra subordinada a la política, tanto

la individual como la social, pero la ética social está por sobre la ética

individual ya que la ética individual se abre a la ética social por que ella la

determina.

EL OBJETO MATERIAL DE LA ÉTICA

El objeto material de la ética son los actos humanos (desde el punto de vista

del bien), libres y deliberados, debido a que determinan el carácter (modo de

ser adquirido por hábito y por lo tanto determinantes de nuestras vidas). Por

dichos actos me refiero a los actus hominis y humanis, pero no a los primo

primi, ya que al ser provocados por causas naturales son ajenos a la ética.

Santo Tomás distingue los actos de voluntad respecto al fin -que tienden al fin

en cuanto tal- y los respecto al medio -aquellos que son por decisión de los

medios, o de consejo o deliberación, complacencia o deleite o por razón o

voluntad. Estos actos, sin embargo serán válidos cuando la voluntad proceda

reflexivamente.

EL HORIZONTE DEL VALOR

El valor se define como aquello que es apetecible, amable, digno de aprobación,

de admiración o útil para un fin determinado.

La ética del valor tiene una raíz neokantiana (el deber como fin en sí mismo) y

fenomenológica (considera la experiencia moral como intuición emocional y

material de los valores).

Como concepto, el valor dice siempre relación a la persona en cuanto constituye

un bien para ella en lo que se refiere a la persona individual en cuanto tal y a

la sociedad (valor social o lo que dice relación de la persona a otras personas)

ya que el valor moral otorga el adjetivo de bondad o maldad.

El valor ético, es decir lo que dice relación a la persona en relación a sí

misma, en conformidad con el ser humano, la recta razón, la auténtica

realización o con el fin último de la persona, dependerá de lo que su valor

supremo considera como referente dentro de un pensamiento ético, y por lo tanto

debido a su relatividad, el pensamiento ético es divergente y en ocasiones

absoluto.

La moral pertenece al orden de la acción humana (praxis) , se relaciona con la

actividad en cuanto es producida por el hombre ya que la acción humana (conforme

al valor moral) define al hombre mismo. El valor moral coincide con la

determinación de cuál es el valor supremo dentro del orden moral y por lo tanto

"desde él se organiza el universo objetivo de la moralidad", por ejemplo, los

sistemas legales, la felicidad como consecución del fin, la armonía interior, el

altruismo o la utilidad social; o lo que constituye el valor moral cristiano

como la caridad, la imitación y seguimiento de Cristo o la realización del reino

de Dios.

TEMATIZACION DE LA ETICA

Podemos hablar del objeto formal referido al bien moral, es decir los actos,

hábitos, ^ethos en cuanto buenos o malos.

El bien es lo que todos los hombres apetecen. Todo lo que hacemos (Aristóteles)

lo hacemos desde un proyecto con vistas a un fin, es decir como en cada caso lo

mejor, aunque dicho fin no se realice hasta el final del proceso.

Los fines al igual que los medios, empiezan por ser proyectos al estar

realizándose. El proyecto es concebido dentro de una realidad o sobre ella. Al

proyectar se piensa en lo que se va hacer tendiendo en lo posible a la realidad

(o a lo posible). Este va cobrando entidad en la medida que va concretando cada

"medio" paso a paso.

Por ejemplo si la vida es un "quehacer permanente", podemos proyectar lo que

vamos hacer. Pero la ejecución de una simple acción, aun habiendo previsto todos

los elementos necesarios para ejecutarla, incluso llegando a imaginar su

implementación exactamente como lo habríamos concebido, cuando entonces nos

enfrentamos a un "azar que no alcanzamos a comprender" al encontrar que la

realidad presenta sus resistencias (o facilidades) siempre en mayor o menor

grado imponderables. Sería utópico pretender hacer una vida entera exactamente

de acuerdo con un plan establecido. El proyecto de vida que deseamos no es más

que un borrador que a través de uno a uno de los actos, se va perfilando,

cobrando forma y las resistencias nos irán determinando al vencerlas o

doblegarnos optando por vías menos exigentes o de lo contrario, nos desanimamos

quedando abatidos en la derrota.

Aristóteles distingue los fines y medios por medio de su clasificación de

bienes: los que se buscan siempre por causa de otros, bienes que se buscan por

sí mismo y nunca por causa de otros y ciertos bienes que aun cuando se buscan

son también buenos. Todos los bienes excepto uno pueden ser tomados como medios

y fines.

Aristóteles construye el sistema ético en torno a la idea del fin último. La

vida humana en cuanto a comportamiento se concibe como una pirámide de fines y

medios. Los bienes que nunca se buscan por si mismos sino siempre por otros se

encuentran en la base, sobre éstos se encuentran , los que pudiendo buscarse por

si mismos dependen de otros, encima de éstos, los que se buscan por si mismos y

encima de éstos se encuentra un bien y sólo uno, que nunca es tomado como medio,

sino que al contrario es aquel por el que hemos buscado todos los anteriores.

Este fin estaría en el origen de toda nuestra actividad orientándola y

dirigiéndola. Es el fin último y como tal el bien absoluto o supremo por el cual

todos los demás bienes solo serían útiles para alcanzar éste último y que es

precisamente: la felicidad. Y como toda moral consiste en apropiación donde el

bien moral es fuente de posibilidades apropiadas, dicha felicidad sería la

apropiación última de nuestra posibilidad mejor.

Esta concepción finalista de estimar la vida entera en función exclusiva del fin

conlleva la idea de reducir el valor de los actos a su relación de acercamiento

o alejamiento al fin último.

La felicidad es siempre una posibilidad ya apropiada y por lo tanto el hombre

esta ligado a ella. Hay posibilidades múltiples y totalmente diversas de ser

feliz. Estas posibilidades son los bienes (es decir posibilidades apropiables).

Para Kant la ética de la felicidad no es aceptable porque la felicidad le es al

hombre natural y por lo tanto no es un deber sino lo contrario, es una

inclinación natural (lo que se hace por amor queda fuera del deber).

Kant no solo rechaza la idea de la felicidad sino en general la idea del bien y

reemplaza la ética del bien por la ética del deber. Establece que "no es el

concepto del bien lo que determina la ley moral y la hace posible, sino al

contrario, es la ley moral lo que determina el concepto del bien y lo hace

posible". En su concepto, el bien consiste en lo que se debe hacer, donde la ley

moral es la que determina el concepto del bien y la hace posible.

¿Es uno responsable de ser quién es?

MARTA I. MORENO PIZARRO

Universidad de Valencia

MartaIMoreno@ono.com

Resumen

Mi objetivo en este artículo es demostrar que la objeción del regreso

al infinito planteada al compatibilismo no puede ser consistente

con la inteligibilidad de la vida humana como proceso constitutivamente

histórico. En concreto, el doble papel del juego de juzgar moralmente

y la naturaleza curricular de las faltas morales demuestran,

no la falsedad del determinismo, pero sí que aceptarlo acarrearía la

pérdida de la visión formativa de la vida humana (Bildung), articulada

en torno al modelo narrativo de la identidad personal. Es una

cuestión de inteligibilidad: aceptar la objeción al compatibilismo

supone dejar de entender la vida humana.

Abstract

My aim in this paper is to show that the infinite regress oposed to

compatibilism cannot be coherent with the inteligibility of human life

as a constitutively historical process. In particular, the double rol of

the morally-judging language game and the curricular nature of

blameworthy acts show not that the determinism is false, but that in

admitting it, we fail to maintain the formative conception of human

life (Bildung), which is built up with the narrative model of personal

identity. It is a matter of inteligibility: to agree the objection to

compatibilism means to not understand human life.

1. Situación: el telar del problema de la libertad de la voluntad

Se acabaron los héroes y asesinos que iban por la vida solos con su gloria

o con su culpa. Desde que el genoma humano se ha revelado miro a

las personas y no veo en ellas sino un saco de hélices cuyos gestos amables

o airados responden a una necesidad genética de la que no son responsables.

Mejor será que aceptemos cuanto antes que también el amor

y el odio sólo son tempestades bioquímicas que se desarrollan dentro de

ese saco de hélices como inexorables meteoros sin destino. ¿Por qué tendré

que dar cuenta yo de mis actos en el Juicio Final y no la mosca del

vinagre ? [...] Desde el manifiesto del genoma la irresponsabilidad de

las hélices hará que todo esté permitido [...]. (MANUEL VICENT, 2002)» El

vacío» en El País del 2 de Julio del 2000.

Entre las teorías que tratan de dirimir la cuestión de la posibilidad de

la libertad de la voluntad, el compatibilismo destaca por su afán de conciliar

la noción de libertad con una visión del ser humano cada vez más

compleja y cientifizada, que va introduciendo nuevas supuestas fuentes

de determinación de nuestra conducta y nuestros actos. Podría pensarse

que a medida que las ciencias que se ocupan del ser humano en tanto

que ser natural y social van avanzando, el supuesto de la libertad

humana va perdiendo firmeza, a la vez que cobra fuerza el peso de la influencia

de la determinación genética, neuronal, ambiental... El compatibilismo

ofrece un modelo cuya tesis principal es que libertad y determinismo

no son nociones incompatibles, y que los seres humanos somos

libres aun estando determinados por múltiples factores. La acción libre,

según este esquema, no es aquella incausada, es decir, no es aquella para

la que no podemos distinguir las causas en la psicología del agente

(creencias y deseos), sino más bien aquella cuyas causas son precisamente

las creencias y deseos del agente: las que se realizan en ausencia

de coacción, sea ésta interna o externa. Como resultado, o más bien

como condición de esto, es necesario que el compatibilismo identifique

al agente con sus estado psicológicos, de modo pues que si una determinada

configuración psicológica da como resultado una acción, es el

agente mismo la causa de dicha acción. No es mi propósito analizar aquí

esta posibilidad, sino más bien revisar la principal objeción que se le plantea

a esta teoría y evaluar las conclusiones que de ella se derivan a la luz

de la inteligibilidad misma de las nociones de vida humana y de persona.

La objeción a la que me refiero consiste en un argumento que tiene

la forma de regreso al infinito, y fue ya anticipada por uno de los grandes

compatibilistas clásicos:

Para volver a nuestra investigación acerca de la libertad, creo que la verdadera

cuestión no es si la voluntad es libre, sino si el hombre es libre. [...]

Porque preguntar si un hombre está libre en su volición respecto al movimiento

o al reposo [...], es tanto como preguntar si un hombre puede

tener volición respecto a lo que tiene volición, o si puede placerle aquello

que le place; una pregunta que, creo, no merece respuesta, y quienes ha-

gan cuestión de ella tendrán que suponer que una voluntad determine los

actos de otra voluntad, y que otra determine los de ésta, y así hasta el infinito.

(LOCKE, Ensayo...: libro II, cap. XXI, par. 21-25)

Así, Locke dejó sentadas las bases del compatibilismo así como el principal

problema que debía encarar y que él mismo relegó a un injusto cajón

de los sinsentidos: el compatibilismo, al intentar dar una base al concepto

de autodeterminación, incurre en un regreso al infinito que deja en

suspenso la cuestión de si somos libres no sólo de hacer lo que queremos,

sino también de querer hacer lo que queremos (algo imprescindible,

siguiendo a Frankfurt, para entender el concepto de persona). El

compatibilismo debe admitir que «el agente no es el origen último de

su acción, ya que los estados psicológicos con los cuales es identificado

tienen a su vez una historia causal que se remonta indefinidamente en

el pasado, por lo que en el fondo no depende del agente tener o no tener

esos estados.» (Moya, 1997: p. 119)

Ahora bien, la objeción del regreso al infinito ¿qué tiene de malo? En

mi opinión podemos encontrar dos frentes en los que la objeción reta seriamente

la idea de sujeto libre del compatibilismo. En primer lugar, no

se sabe dónde está el comienzo de la acción autodeterminada (y eso arroja

sospechas sobre si existe siquiera la acción autodeterminada). Y en

segundo lugar, establece que hasta el momento toda acción ha sido causada,

que el agente no ha ejercido en realidad su voluntad, sino que su

actuación ha sido el resultado –necesario– de una determinada configuración

psicológica (entiéndase en sentido lato: creencias, deseos, carácter,

opciones ofrecidas por la realidad, etc. ) de la que el agente no es

responsable: es decir, plantea la imposibilidad por parte del compatibilismo

de demostrar la falsedad de la tesis del determinismo. Para la primera

vertiente diremos que «autodeterminación» puede entenderse como

un concepto de la familia de los de origen oscuro: vida, conciencia,

lenguaje, dominio de una técnica... Los criterios para decir dónde comienzan

a aplicarse son convencionales y además no es posible ni pertinente

establecer una división firme entre un estado en el que no hay

y otro en el que hay. Nos conformaremos de momento con dar esta

respuesta a esta primera «maldad» de la objeción. El segundo flanco donde

la objeción ataca será la idea que trataremos de desmontar llevando

la cuestión al terreno de la inteligibilidad de las faltas y los juicios morales,

siempre teniendo como referencia y asumiendo como válido el modelo

hermenéutico de la identidad personal.

2. Instrumental: el entramado de la vida humana

Es muy evidente, en un sentido muy intuitivo, que disponemos de una

autocomprensión en términos de seres biográficos. Una vida humana

es una vida que se puede narrar, una vida que tiene un argumento o una

trama existencial. Quizá sea éste uno de los pocos universales culturales

que se puedan señalar: en todas las culturas los seres humanos se

conciben a sí mismos como sujetos de una trama argumental, por lo que

la identidad de los seres humanos goza de una peculiaridad que la diferencia

del tipo de identidad de las cosas. Mientras que la identidad de las

cosas podríamos decir que es sustancial, cerrada, la identidad biográfica

o narrativa es una identidad abierta, no objetiva en el sentido de

que no es la de un objeto, sino que es una identidad hermenéutica, una

identidad susceptible de interpretación y de reinterpretación. Cierto es

que es evidente que no podemos cambiar las cosas que nos han acaecido,

pero con cierta facilidad podemos siempre volver al pasado para extraer

nuevos significados de él y adquirir nuevos compromisos con nosotros

mismos hacia el futuro, diferentes en función de cómo interpretemos

el pasado. En suma, la identidad de un sujeto es constitutivamente histórica,

tiene historia.

Nos encontramos, pues, con una peculiaridad de todo aquello a lo que

le es constitutivo un proceso histórico : el desarrollo y construcción de

una identidad de este tipo, que se va trabando en interna relación con el

tiempo y con los sucesos que acaecen tanto como con las interpretaciones

que van surgiendo, presenta una, por así decir, textura dialéctica.

Dicha dialéctica se establece entre las determinaciones que van siendo

asentadas en el tiempo y la libertad propia de la historia personal, o lo

que es lo mismo, entre el sedimento de los acontecimientos, la «pasta»

histórica, y el conjunto probablemente infinito de posibles interpretaciones

que definirá (o, mejor dicho, indefinirá) un rango de modificaciones

en el curso del desarrollo biográfico y el peso y la forma en que cada

combinación de ingredientes de dicha pasta determinarán el paso por

el futuro. No está de más hacer hincapié en la idea de apertura. La importancia

de la interpretación se pone de manifiesto, por ejemplo, en la

situación psicológica y emocional del arrepentimiento. Por un lado tenemos

lo irremediable de haber hecho o dicho algo en un momento previo

al actual, el objeto o «contenido» de lo que nos arrepentimos ; en el

entramado biográfico o existencial el arrepentimiento se situaría en el

vértice de dos perspectivas, al tiempo que puede ser objeto o «conteni-

do» de otra situación psicológica. Las dos perspectivas a las que me refiero

tienen para empezar una dimensión temporal, como la tiene sin duda

todo lo referente a una realidad histórica, cada una de ellas dirigida

en un sentido opuesto: arrepentirse supone una mirada pesarosa al pasado,

vivida y materializada en emoción en el deseo de no haber hecho

lo hecho o no haber dicho lo dicho; por otro lado, supone una mirada

comprometida al futuro por lo que tiene de «autorreproche»: si esto que

he hecho me hace sentir mal sé ahora que debo evitar hacerlo en las ocasiones

que se me planteen en el futuro.2 Como objeto, el arrepentimiento

puede sin lugar a dudas convertirse en el contenido intencional del deseo

de no sentirse arrepentido; y aquí podemos repetir el esquema con

la emoción, disposición o talante que queramos: la perspectiva hacia el

pasado, por ejemplo, podría consistir aquí en el deseo o el convencimiento

de la necesidad de alejar el arrepentimiento de sí, la perspectiva hacia el

futuro podría ser la decisión de ser emocionalmente más fuerte con

respecto a las propias acciones. En suma, puedes interpretar ese arrepentimiento como nefasto para ti y querer ser alguien que no se arrepiente

de lo que hace. Queda, por tanto, la cuestión de la reinterpretación

de la propia historia, de la propia biografía. Que los hechos de nuestra

vida son susceptibles de interpretación por parte de uno mismo es algo

que daré por sentado, aunque también hay que dar entonces por sentado

que la interpretación que uno puede darse a sí mismo no es la única

que le cabe a esa persona darse, sino que el modo como interpreta,

si bien está como el resto de los hechos de su vida, engarzado en el hilo

biográfico, es igual de contingente, el espacio de interpretación está

igual de abierto que el espacio de actuación o desarrollo de su vida. Que

tal interpretación se encuentra en relación interna con los acontecimientos

siguientes (no con todos necesariamente, no de la misma forma todos,

sólo nos hace falta que podamos concederle un peso) es algo que

nos lo exige la comprensión o el prejuicio de qué es una vida humana,

de qué es una persona. Lo que vas haciendo te va definiendo tanto como

te va definiendo el cómo vas interpretando lo que vas haciendo.

Supongo que con este dibujo queda suficientemente esbozado el planteamiento que debe relacionar las ideas de voluntad, interpretación e

identidad biográfica. La interpretación no se pliega a las exigencias deterministas de lo que ha sucedido (es decir, los hechos no determinan suficientemente su interpretación) porque es casi imposible pensar que no

hay al menos varias posibles a nuestra disposición : los modos posibles

de comprender lo que hemos hecho o no ha sucedido se nos dan por

anticipado porque estamos en permanente contacto con opiniones, gestos,

hábitos, que confluyen en el tejido social y en los que se aloja intrínsecamente

la posibilidad de erigirse en norma y criterio para el que

los considera, los sufre o sencillamente los tiene alrededor. Por decirlo de

otra manera, toda conducta puede ser un arquetipo, no hay diferencia

entre una regla y las ocurrencias de dicha regla. Ahora bien, y esto es lo

que importa en este punto: siempre que entendamos que es libre quien

puede asimilar razones a su conducta, y dado que ningún conjunto de

hechos implica necesariamente una determinada interpretación, podemos

afirmar que se es libre tanto como para ser lo que no se es porque

la interpretación incide en el curso de la propia vida. Si escribir es reescribir,

escribir la historia personal es reescribirla.

Estas son las claves del modelo narrativo de la identidad personal, que

por cierto tiene gran arraigo en nuestras intuiciones sobre la vida humana,

en lo que sabemos de nosotros mismos y de los otros como seres

humanos, en tanto que individuos, pero también en tanto que sociedad

cultural:

La formación pasa a ser algo muy estrechamente vinculado al concepto de

cultura, y designa, en primer lugar, el modo específicamente humano de dar

forma a las disposiciones y capacidades naturales del hombre. [...] Realmente

la victoria de la palabra Bildung sobre la de Form no es casual, pues en Bildung

está contenido «imagen» (Bild). El concepto de forma retrocede frente a la

misteriosa duplicidad con la que Bild acoge simultáneamente «imagen imitada

» y «modelo por imitar» (Nachbild y Vorbild). [...] El hombre se caracteriza

por la ruptura con lo inmediato y natural que le es propia en virtud del

lado espiritual y racional de su esencia. (Gadamer, 1996: p. 38)3

Hay que tener presente que la formación, tal y como se plantea aquí,

no es algo que se elige: no es posible entender la vida humana al margen

de esta idea. De hecho, y aunque en ocasiones los educadores puedan

pensar lo contrario, es el propio sujeto quien más empeño pone en

internalizar y desarrollar conductualmente las pautas y criterios con los

que convive y selecciona, dada la mucha evidencia aportada por tres

de las grandes necesidades del ser humano: la necesidad de aprobación,

la de encontrar y retener un sentimiento de pertenencia, y la de la afirmación

de sí a través de la identificación con un grupo social, unos modelos,

etc. Así pues, por todo lo dicho, podemos afirmar cuáles son las

condiciones de inteligibilidad de la Bildung, del modelo narrativo de la

identidad:

• cierta facticidad (dotación genética, facultades biológicas, determinantes

ambientales, azar vital, contexto histórico-social, etc.);

• existencia en el entorno de criterios de conducta e ideológicos, y accesibilidad

cognitiva y formativa a ellos;

• necesidad de querer ajustar el propio comportamiento a varios de

esos criterios;

•efectividad de la voluntad.

Las tres primeras condiciones son, en mi opinión, incontrovertibles.

Pero, ¿qué ocurre si negamos la condición de la efectividad de la voluntad?

3. Estrategia: los nudos de la libertad (faltas y juicios)

Los juicios morales son una práctica muy habitual en nuestras vidas,

tanto como las faltas morales, los actos moralmente sancionable. Si analizamos el juego de lenguaje en el que se inserta la emisión de los juicios

morales podemos apreciar un doble rol: por una parte, al emitir el

juicio moral estamos valorando una acción, es decir, describiendo el valor

moral que le asignamos; por otra parte, estamos expresando el deseo

de que un acto que hemos calificado de moralmente reprobable no

vuelva a producirse. Cuando emitimos un juicio moral sobre una acción

estamos realizando una proferencia que tiene un alcance hacia el pasado

(lamentamos que haya ocurrido, expresamos nuestra repulsa a que

se haya dado) pero también hacia el futuro: expresamos nuestro deseo

de que no vuelva a repetirse y para ello contribuimos a proporcionar el

acceso a la norma de conducta que nos parece apropiada en este caso.

Esta dualidad de funciones encuentra una clarificadora analogía en el juego

de la evaluación, cuya función también es doble: registrar el nivel

de calidad actual de lo evaluado y propiciar y/o demandar una mejora

futura. Es por eso por lo que en mi opinión se encuentran gramaticalmente

emparentados, por centrarnos en el campo semántico del juicio

moral negativo, los siguientes juegos: juzgar, evaluar, calificar, valorar,

culpar, atribuir, responsabilizar, censurar, criticar, reprochar, recriminar,

reprender, regañar, corregir, instruir, enmendar, reparar, mejorar...- denunciar para evitar, ...) De hecho podría considerarse un deber moral el

visibilizar las faltas morales, algo que viene reforzado por el hecho de

que la ocultación de un acto moral sancionable es en sí misma sancio-

nable. Pero mi tesis es quizá más fuerte de lo que en un principio cabe suponer:

entre ambas funciones no existe meramente una relación instrumental

(juzgar una acción para corregir una conducta –el juicio moral como

técnica educativa o de formación), sino que la relación entre ambas

es constitutiva: expresar un juicio moral negativo acerca de una acción

es, eo ipso, expresar el deseo de que en un futuro dicha acción no vuelva

a repetirse, deseo que se ajusta a determinados requerimientos axiológicos

y que por tanto pretende resultar vinculante. Prueba de ello es que

la aparición en escena de los juicios morales modifica sustancialmente las

condiciones en que se juzgarán acciones similares posteriores, sean del

mismo agente cuando es él quien reitera la acción (y en este caso es un

agravante repetir la mala acción cuando –o más bien porque– ya anteriormente fue reprendido), sean de otros agentes pero que tuvieron de

alguna manera acceso a dicha reprimenda. Los juicios morales inciden en

la historia moral de los agentes, tienen una efectividad clara en el tiempo.

Existe una evidencia importante para poder afirmar esto: reincidir

en una falta no es ni de lejos lo mismo que reincidir en una falta después

de un reproche. El reproche aporta el canal de acceso al criterio de

conducta deseable, de modo que la segunda vez que se falta a la norma

conlleva un agravante no por repetición sino más bien por haber faltado

al adquirido compromiso que supone el haber tenido acceso a la norma,

toda exposición de la cual es ya vinculante. (Podemos reconocer que el

individuo en tanto que social conoce las normas, sabe qué debe hacer y

por tanto qué se espera de él ; lo que se espera de él se ajusta a lo que

puede dar; y el grado de comprensión o de conciencia que tiene un sujeto

acerca de qué debe hacer y qué se espera de él va en función de la

sensibilidad de que dispone para reconocer normas que le son aplicables,

pero también de que haya tenido acceso a ellas.) Además, el hecho de

que los juicios morales negativos se hagan acompañar de ingredientes desagradables demuestra que con la misma proferencia del juicio moral negativo se intenta inculcar sentimientos desagradables como recurso condicionante para la próxima ocasión. Un juicio moral, por tanto, no sólo

registra el valor moral de una acción, sino que contribuye en mayor o menor

medida a la no aparición de ciertas acciones.

También las faltas morales presentan una peculiaridad histórica: una

falta moral es lo que es en virtud no sólo de cuál ha sido la acción realizada,

sino también de quién la ha realizado, en qué momento de su vida,

y en qué momento de la historia de la sociedad de ese agente. Esto

es a lo que llamo el carácter curricular de las faltas morales, para el

que tiene una relevancia crucial el bagaje formativo del agente y de su

contexto social. Las faltas morales de una persona no se suceden simplemente, sino que se acumulan (y esto es una característica intrínseca

de las faltas morales): que entre ellas hay una relación histórica es interno

a la propia idea de moralidad. La relación, además, que existe

entre un sujeto y su historia es interna, esto es, la relación que existe

entre una falta moral y la historia o el currículo moral de ese agente en

concreto es interna. ¿Por qué? Porque una falta moral es un hecho normativo,

quiero decir, es lo que es en virtud de una evaluación, que precisa

por tanto de, al menos, unos criterios sociales, históricos y biográficos

para ser determinada como tal.

El hecho de que el juicio moral como práctica social habitual lleve

implícita la demanda de que no tenga que volver a aparecer (función educadora del reproche moral: «No te lo quiero volver a repetir») demuestra

que en la metafísica inserta en el lenguaje se encuentra la aspiración

de que aquello que se reprocha puede ser evitado, el agente moral que

ha cometido una falta es reprendido sólo porque en el sentido del lenguaje

(esta expresión la tomo de Freud) está inserta la creencia de que

dicho agente puede actuar de otro modo en el futuro y de que la ocurrencia

del juicio moral contribuirá a que así sea. Emitir un juicio moral

es al mismo tiempo evaluar una acción pasada, expresar el deseo de que

no vuelva a ocurrir en el futuro y contribuir a que no vuelva a ocurrir.

Todo esto, este juego de lenguaje, no tiene sentido si no se admite la

preponderancia que se le supone en acciones futuras.

Pues bien, si esto es así, ¿podríamos seguir admitiendo esta historicidad

de las faltas morales y de los juicios al tiempo que negamos la efectividad

de la voluntad de los sujetos? Si miramos la vida humana tenemos

que aceptar ideas como la de crecer, formarse, mejorar, aprender,

cambiar... Y todas estas dependen de cómo uno se cuenta su vida y se

piensa a sí mismo, pero también de lo que el sujeto quiera o no hacer. El

ejemplo más claro de esto es la posibilidad de la autoinstrucción: todo lo

que necesita una persona para mejorar una técnica en la que ha sido iniciado

es saber cuál es el horizonte normativo al que debe aproximarse

su trabajo. La misma persona que hace algo puede inducir los cambios

necesarios para mejorar lo que hace y cómo lo hace. Por si esto fuera poco,

deberíamos considerar los propios requerimientos morales presentes

en las prácticas educativas: hay una diferencia moral muy relevante

entre educar, tal y como se hace en una escuela, y programar al modo

de una secta. Proporcionar el acceso a las normas también puede ser ob-

jeto de evaluación moral en función de si el modo de hacerlo contempla

o no la voluntad del agente: por eso no es lo mismo un reproche que una

lobotomía. Así pues, si negamos que se dé la condición de la efectividad

de la voluntad, nuestra manera de entender los juicios morales en

parte como una contribución a los actos que se produzcan en el futuro,

y las faltas morales en tanto que elementos de un curriculum moral, no

pueden sostenerse a menos que dejemos de encontrar reprobables ciertas

prácticas que pretenden modificar la conducta de otros agentes.

4. Hilos

Me gustaría advertir que esta manera histórica de entender los actos

de las personas funciona también en otro ámbito práctico: el del arte.

Cuando nos enfrentamos a la idea de autoría artística tenemos bien presente

todas las determinaciones psicológicas, vitales, sociales, históricas

y artísticas de aquellos que producen una obra literaria o artística. Sin

embargo, nunca «eximimos» de reconocimiento a un autor por ello: más

bien tenemos la idea, quizá no muy consciente, de que muchas otras personas

han vivido circunstancias similares y sólo aquella a quien tenemos

por un gran literato o artista ha respondido con la calidad de sus obras.

¿Por qué, por ejemplo, conociendo con tanta precisión los motivos y causas

de la producción literaria de Kafka no decimos: «En realidad no podemos

atribuirle a Kafka la «responsabilidad» de sus obras, porque no

dependía en última instancia de él tener esos estados psicológicos, esas

creencias, esos deseos...»? Si podemos sostener la objeción del regreso

al infinito para la autoría y responsabilidad morales, no deberíamos

encontrar extraña esta afirmación; pero el caso es que no podemos sostenerla

con naturalidad. En realidad no creo que haya que preguntarse

por qué no podemos afirmar esto, sino más bien por qué insistimos en

dar a las determinaciones psicológicas y vitales tanto peso en la autoría

de nuestros actos como para llegar a afirmar que no somos moralmente

responsables de ellos. La autoría artística no nos resulta problemática;

por decirlo así, no tiene costes vitales. En lo que respecta a la producción

artística no hay un tránsito natural, o mejor dicho, cómodo, entre

el comprender (en tanto que reconocer las causas y motivaciones del

agente) y el justificar (en tanto que descargar de responsabilidad al agente

de las acciones que «materialmente» ejecuta). Ese tránsito sin embargo

sí aparece en las cuestiones morales: donde estamos expuestos a

la experiencia de haber causado daño, a la culpa. Luego es perfectamente

razonable que con el deseo de no encontrarnos frente a un sentimiento

tan devastador como la culpa empleemos la estrategia de confundir los

antecedentes con las causas últimas. A falta de razones por las que los

que cuestionan la agencia no hacen lo propio con la autoría, diré que la

fuente del escepticismo de la libertad de la voluntad, el determinismo y

todas las objeciones que produce, son una derivación teórica de la debilidad

humana ante la culpa, del miedo a la libertad, a ser responsables

de nuestros actos, a la irreversibilidad del tiempo.

Una última consideración. El compatibilismo, tomado seriamente,

debe abocar a una versión deflacionista de la noción de libertad, es decir,

aquella que no necesita elementos metafísicos para caracterizarla. La

incomodidad de dicha versión deflacionista estriba en que parece emborronar

la preciadísima diferencia cualitativa entre los seres humanos y

los animales. Ahora bien, lo que me parece relevante aquí no es si nuestra

noción de libertad nos permite o no diferenciarnos cualitativamente

de los animales, sino si aquello precisamente que nos diferencia de los

animales es en realidad parte de lo que entendemos por libertad. Mi idea

es que no toda criatura que tiene una historia de formación es libre, sino

sólo aquellas en las que la autoconciencia es un elemento relevante

del desarrollo de dicha historia; pero esto es algo que necesitará mucho

más tiempo para poder ser justificado.

Bibliografía

GADAMER, (1996): Verdad y método I, Salamanca, Sígueme.

LOCKE: Ensayo sobre el entendimiento humano.

MOYA, C. (1997) «Libertad y responsabilidad moral» en CORBÍ y MOYA (eds.)

Ensayos sobre libertad y necesidad Valencia, Pre-Textos/Dept. Metafísica

VICENT, M. (2002): «El vacío», El País.

Notas

1. Este trabajo ha podido realizarse gracias a una beca de investigación «Cinc

Segles» concedida por la Universidad de Valencia.

2. No hay que olvidar que el arrepentimiento y el propósito de enmienda

están tan ligados que la presencia o no de este compromiso puede hacernos

cuestionar la sinceridad del arrepentimiento, esto es, la autenticidad del sentimiento

del que se hace gala.

3. Solamente como apunte diré que quizá el tratamiento más importante de

esta vertiente subjetiva que yo quiero abordar es la de Dilthey, que puso orden

en los orígenes de la hermenéutica. Curiosamente, esta noción está recogida

por John McDowell en Mind and World, obra en la que se tematiza como «la

segunda naturaleza».